Aventúrate a las Islas Galapagos en una experiencia única y a demás un show salvaje. Llenándote de la vida silvestre viendo desde leones marinos hasta piqueros patiazules, aquí te mostramos cómo tener un viaje en bote y a demás, amigable con el ambiente…
No todos los días te tomas una foto con un león marino. De la nada, la criatura lanzó sus bigotes frente a mi máscara de agua, tenía sus descomunlaes y brillantes ojos mirando directo a los míos.
De repente ya no estaba, sin esfuerzo, se fue nadando por las aguas de la Isla Fernandina, jugando como un perrito marino. También había tortugas en nuestros recorridos diarios con esnórqueles; pronto dejé de contar y sólo empecé a observarlas y disfrutar cómo se dirigían al fondo marino con sus escamas magestuosas o eran gentilmente llevadas de un lado a otro por el equipo de los Galápagos.
Caí bajo el hechizo de estas islas elementales desde nuestra primera parada. Charles Darwin navegó por las Islas Galápagos en el HMS Beagle en 1835 y, en una época de tanto turismo, los cruceros son aún la mejor opción para poder alcanzar a ver la mayor cantidad de islas inhabitadas, salvajes y en estado tan natural como es posible. Hice parada en 6 islas del norte y del oeste que aparecían en la tabla del buque de arte más moderno de Ecoaventura, llamado MV Theory, y me acerqué un poco a su estilo de vida silvestre mediante los recorridos de senderismos, buceo y kayak que hacíamos a diario.
La experiencia fue iluminadora y a demás súper entretenida.
Controles del Crucero
Los cruceros por las Islas Galápagos solían tratarse de dárse un chapuzón en el agua del mar pero yo tuve una experiencia totalmente diferente. Mi hogar durante siete noches fue menos “navío” y más como una “boutique en un hotel flotante”, con sólo 10 cabinas muy espaciosas donde se alojaban 20 pasajeros, comida gourmet, un bar abierto y servicio de primera categoría.
Con los pasajeros acompañados por dos guías naturalistas, nativos de Ecuador (a demás, un veterano en biología marina como lo es Jack Grove, en éste crucero en particular) el radio que cubre cada guía de Ecoaventura en cuanto a los pasajeros es uno de los mejores de todas las Islas Galápagos.
Lo más importante, las credenciales ecológicas del bote eran impecables.
El casco del barco está diseñado para ahorrar energía y cortar las emisiones, todos los envases plásticos y las botellas personales de un solo uso están prohibidos y la producción orgánica local es usada de todas las maneras posibles.
A cada huésped le dan una botella reusable de metal y artículos de baño biodegradables, a demás son impulsados a utilizar repelente de insectos y protector solar de origen natural.
Y entre otras inicitivas ecológicas, se han asociado con la Fundación de Charles Darwin para crear la Sustentabilidad de Fondos para la Educación y Biodiversidad de las Islas Galápagos, para apoyar la administración de recursos naturales.
En el primer contrato que nos presentaron, nos informaron que no había contacto con “el mundo exterior” en esta vida silvestre, es decir, no podíamos tomar selfies con la comida o las ramas y troncos de la Isla, que siempre permaneciéramos dentro de los senderos y que no podríamos tomar absolutamente nada de allí, ni siquiera el pedacito más pequeño de roca que encontrásemos.
Desembarque
Tan pronto Como puse un pie en Genovesa por nuestro primer senderísmo, me di cuenta de que la regla de permanecer a dos metros de distancia de de la fauna iba a aser difícil de seguir.
Un grupo de piqueros patirojos (con un plumaje que parecía un uniforme marrón oscuro) hicieron un circulo y se colocaron debajo de nosotros en cunclillas, practicando sus aterrizajes creando un sonido de fondo con su estridente aleteo.
Sus picos color turqueza, un poco manchados de lo que parecía ser una fruta extraña, con sus garras vestidas de rojo en la tierra, adornando sus nidos con sus plumas, y les parecía bastante obvia nuestra presencia.
Gaviotas con cola de golondrina con sus vívidos ojos bordeados en rojo se posó justo en los bajíos, pero fue nuestro guía quien nos hizo ver el pequeño y perfectamente camuflado búho color tierra en el medio de las montañas rocosas de la isla. Sin asustarse por la llegada del paparazzi, el ave giró su cabeza a 180 grados para dedicarnos una mirada larga y difícil de mantener ya que probablemnete interrumpimos su cacería.
Anidados junto al sendero había unos bellísimos piqueros Nazca, doblado en el bosque solitario de los Galápagos con sus distintivas “máscaras negras” que adornan su plumaje blanco como la nieve. Había dos huevos allí, pero generalmente sólo uno logra romper el cascarón ya que ambos padres incuban al que parece ser más fuerte. Mientras pasabamos cerca de los polluelos blancos que se cubrían del sol ecuatoriano con la sombra que les proporcionaba su madre, aprendimos que esta especie esconde un oscuro secreto (con inclinación a la pedofilia).
“Si ambos padres dejan el nido para buscar comida, algún piquero adulto va por el polluelo más vulnerable y los someten a abuso físico y sexual, después suelen picotearse en el cuello, demostrando que pronto morirá de una infección”, explicó nuestra guía Karina. Definitivamente eso le da un giro a la pirámide de supervivencia.
Tortugas gigantes, una de las estrellas del archipiélago, han sobrevivido en contra de todo pronóstico. En 1535, fue enviado un informe del Rey de España donde decía que las islas eranconsideradas demasiado inhóspitas para interesarse en ellas, pero era seguido por los bucaneros del siglo XVII, balleneros y cazadores marinos, quienes aprovecharon el suministro de agua fresca de las islas, diezmando el sustento de población de las tortugas gigantes.
Hoy, los programas de esfuerzo de conservación y la Estación de Búsqueda de Charles Darwin en Santa Cruz, están redirigiendo el balance.
En la Isla de Isabela, que tiene una gran forma de caballito de mar, encontramos una de estas gentiles y gigantes amigas, se movía con una increíble paz, hizo una pausa para tomar un vocado de alguna planta, estábamos tan cerca que podíamos ver los pliegues que se formaban en la piel de su cuello, los aros en su caparazón y sus garras cubiertas, mientras yo sólo podía imaginar que sus ojos habían presenciado todo el siglo pasado.
Un espectáculo salvaje real
Los operadores del crucero tienen todo muy controlado en las islas, con números estrictamente capacitados y cada pausa está cuidadosamente diseñada por la autoridad del Parque Nacional, para evitar encontrarse con otras naves.
En contraste, el centro de turísmo local, que ha visto un crecimiento rápido en los últimos años, está menos regulado. Cuando Darwin lo visitó, el archipiélago tenía al rededor de 300 residentes, ahora, está cerca de los 30.000, acorralados fuera de los bordes del parque nacional (97% del archipiélago está protegido) en 4 islas inhabitadas.
La dictonomía es que el humano es el mayor protector del archipiélago y a la vez su más grande amenaza, con ese riesgo que siempre está presente de alterar el delicado balance, desde la pezca ilegal hasta los incrementos en las construcciones, y la introducción de flora y fauna invasiva que puede llegar a abrumar y a veces, hasta eliminar las especies nativas.
Fuimos al diminutos Puerto Ayura, en Santa Cruz. Es un lugar encantador, con su curiosa colección de galerías y boutiques, y restaurantes de muy buena comida sirviendo café orgánico y cerveza artesanal, mientras los leones marinos se divierten con los peces. Pero después de una insolación esplendida en las islas libres de gente, sentí como si estuviera entrando a una gran ciudad.
De vuelta al océano, descubrí otra gran ventaja de la opción de explorar las islas en un buque pequeño como lo esel Theory, que es la cercanía que se tiene al agua. Dentro de mi cabina, desde el piso hasta el techo de ventana, o simplemente estando en la cubierta, podía ver a los pajarillos rojos tropicales rozando el agua o a los pelícanos metiendo su pico en ella para conseguir comida; en la mañana fue perfecto, cuando fuimos rodeados por una familia de delfines.
Magia animal
Dentro de los canales de manglares apagamos el motor y nos dirigimos suavemente, mirando hacia el agua límpida para buscar rayas de águila y pez globo, mientras los pequeños tiburones de arrecife de punta blanca rodeaban el bote. Solo el apareamiento de tortugas marinas verdes perturbó la escena tranquila, primero una cabeza, luego dos, luego una aleta ondeó la superficie.
«Un macho se aferrará a la espalda de una hembra que nada», explicó nuestra guía Yvonne, «y es un ritual que puede durar horas y que involucra a múltiples machos, cada vez más impacientes».
Más tarde, navegamos a lo largo de la costa de Santa Cruz para escalar Dragon Hill, un pico irregular que se cierne sobre un paisaje chamuscado por el sol habitado por sus diminutos dragones del mismo nombre: iguanas terrestres de aspecto prehistórico, herbívoros de modales suaves que parecen tener una sonrisa permanente (y que están bajo amenaza de animales introducidos).
Una cariñosa despedida
Nuestra última parada fue Rabida, una de las islas más pequeñas del archipiélago a menos de cinco kilómetros cuadrados. Sin embargo, lo que carece de tamaño lo compensa con un color caleidoscópico: arena rojo hierro, agua azul cobalto y flamencos rosa salmón que sumergen sus picos en una laguna verde esmeralda.
Debajo de la superficie era igualmente vibrante, mientras buceaba a través de bancos de peces cirujanos de cola amarilla, peces loro azul luminiscente y peces mariposa de rayas negras.
Luego, un paseo por la playa me dio la oportunidad de reflexionar sobre mi semana de acontesimientos en las Galápagos .
Me había acercado lo suficiente a la vida silvestre residente para escuchar a los piqueros de patas azules golpeando picos, los delfines silbando entre sí y las iguanas terrestres masticando cactus.
Había visto a un león marino trepando inelegamente a una rama de manglar, fotografiado iguanas marinas encerradas en un abrazo y maravillado de la destreza de los cormoranes no voladores nadando. También aprendí que es nuestro deber pisar lo más ligero posible aquí, para proteger el frágil ecosistema de este laboratorio único de evolución.