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Valdevaqueros (Andalucía)

Un paraíso en la costa tarifeña para surfistas y amantes de la naturaleza con algo más de cuatro kilómetros de longitud y hasta 120 metros de anchura.
Hay diferentes zonas repartidas en toda su extensión. En primer término, están las calas de Punta Paloma, que son propias de la parte más salvaje del litoral tarifeño. Se cuentan hasta nueve calas abiertas al mar y escoltadas por taludes de fuerte pendiente moteados por el cardo marino y la retama.
Sigue la segunda zona, junto a la gran duna y prosigue más allá de la vega fluvial del río del Valle hasta la zona acantilada de la Punta de la Peña. Un mundo de posibilidades en el que durante el día, la actividad de cometas y surf es incesante; pero cuando llega el atardecer y la arena se pinta de cobre, los chiringuitos se convierten en el refugio donde despedir la jornada a ritmo de chill out.
Playa del Silencio (Asturias)

El Valle del Ese-Entrecabos, que va de Busto a Vidio, muestra un paisaje costero extraordinario con arenales salvajes enmarcados por taludes rocoso y acantilados repletos de vegetación.
Un buen ejemplo es la playa del Silencio, se accede a la playa bajando los peldaños de una larga escalera en zigzag bien acondicionada con pasamanos.
El esfuerzo tira para atrás a los más perezosos, con lo cual no suele ser habitual encontrarla muy ocupada. Tal vez de ahí le venga lo del nombre,
Playa de Sotavento (Islas Canarias)

En realidad, se puede hablar de playas de Sotavento, un plural justificado porque los diversos arenales -La Barca, Risco del Paso, Mirador, Malnombre y Los Canarios- que se acumulan en la Costa Calma sin interrupción alguna, a lo largo de casi nueve kilómetros de arenas blancas y agua turquesa que muchos no dudan en calificar de caribeñas. Al fondo, la silueta eterna de los volcanes.
Playa de Langre (Cantabria)

Ubicada en Ribamontán al Mar, en la costa de Trasmiera, la playa de Langre se abre en un espectacular anfiteatro arenoso como si el Cantábrico hubiera dado un bocado a las praderias de los lugareños.
Hay dos características principales que llenan de encanto a la marina cántabra: el mar salvaje y el carácter rural. La misma poderosa combinación que cautivó en su día al televisivo Félix Rodríguez de la Fuente, sólo que menos salvaje.
Años atrás, cuando el naturista acudía desde Santander tenía que descender a través de un peligroso sendero. Hoy, cuenta con unas escaleras, pero se conserva igual de natural y poco concurrida.
Gola del Ters (Cataluña)

A pesar de que la playa de la Gola del Ter se encuentra en pleno corazón de la Costa Brava, poco tiene que ver con las calas recónditas entre acantilados salpicados de pinos que le dan fama internacional.
Pero este arenal, es conocido como playa de la Fonollera, o Mas Pinell, se encuentra entre humedales, justo en la cambiante desembocadura del río.
Se mantiene tan natural que sobre la arena se suelen ver troncos y otros restos vegetales arrastrados por el río y que las olas dejan varados en la arena como antiguos pecios. Al fondo, la fantasmal silueta picuda de las islas Medes.
Playa de Rodas (Galicia)

Alejado del ajetreo de las populosas Rías Baixas, el archipiélago de las Cíes defiende la entrada a las rías, actuando como una barrera natural. Llegando con alguno de los barcos que operan las navieras de Vigo, Cangas y Baiona, el mar se va volviendo cada vez más cristalino y en el horizonte aparece el blanco resplandeciente de la arena. Ir a la playa de Rodas es mucho más que pasarse el día tumbado al sol. Hay que aventurarse por los senderos de la isla y recorrer sus lugares más especiales.
Muchavista el Campello (Comunidad Valenciana)

El Campello es una galaxia playera con casi una veintena de arenales que se reparten a lo largo de 23 kilómetros de costa. Los números lo convierten en el municipio alicantino con mayor extensión de litoral. En la práctica, se trata de un largo arenal que comienza en la playa de San Juan, en Alicante, y se prolonga hacia el norte, dibujando en el mapa un línea de arena perfectamente recta. Pero, vaya, que opciones no faltan.
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